Afganistán es un antiguo conflicto no resuelto. Se enfrentó al orden colonial del siglo XIX hasta obtener la independencia británica en 1919. A finales de los años setenta (1979) sufrió la invasión de la Unión Soviética enfrentándose al orden de las grandes potencias, las cuales se extendían a nuevos territorios no sólo para ganar posiciones geoestratégicas, sino también para extender sus ideologías. Dos ideologías, el islamismo y el comunismo, se enfrentaron también a nivel interno. Con la salida e inicio de la desaparición de la Unión Soviética (1989), Afganistán se enfrentó al desorden de la caída del mundo bipolar, aquellos que ganaron la guerra a los soviéticos no fueron capaces de construir un proyecto común con un nuevo estado, conduciendo al país a una nueva guerra, esta vez civil (1992), que destapó conflictos ya existentes (étnicos, sociales y confesionales) hasta la intervención de los talibanes (1996) que culminó la destrucción social, política y económica del país, convirtiéndose en un estado fallido. En este periodo, los talibanes acogieron Al-Qaeda, un grupo social y cultural diferente, de ideologías y nacionalidades diferentes. Los líderes de Al-Qaeda eran y se desarrollaron políticamente en Oriente Medio, ninguno de ellos era afgano y sus movimientos respondían a los acontecimientos regionales. A principios del siglo XXI y con la intervención militar post-11S, Afganistán se enfrentó al nuevo orden mundial controlado por la hegemonía militar y política de los EE.UU., el país se encontró ante nuevos retos y procesos para conseguir un Estado de Derecho. La intervención de la Comunidad Internacional (2001–2014) se desarrolló con diferentes procesos y modelos dirigidos a estabilizar y consolidar la paz, reconstruir y desarrollar el país, bajo el marco de las conferencias de donantes y las resoluciones del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Por un lado, se impulsó un sistema “democrático” que imitaba el modelo neoliberal occidental basado en la política liberal y la economía de mercado. Por otro lado, a nivel militar, y con la teoría de la contrainsurgencia (COIN) de la doctrina militar y los Equipos de Reconstrucción Provincial (PRT), se desarrollaron los llamados modelos de «enfoque integral» que bajo una misma dirección incorporaban mecanismos políticos, militares, de desarrollo y también los mal denominados “humanitarios”. El fracaso fue el resultado después de doce años de intervención, con la mayoría de la población sin poder cubrir sus necesidades más básicas y un país que seguía dependiendo de la ayuda exterior. Los objetivos del modelo de enfoque integral no se consiguieron y el PRT no se demostró viable en un contexto de conflicto armado. Las militancias insurgentes continuaron actuando, y como resultado: la violencia y consiguiente perjuicio para los Derechos Humanos, los desplazamientos y migraciones de población…